LUIS FILCER SEMBLANCE

Born in 1929 in Ukraine.
Luis Filcer emigrates to Mexico a few months later. He began his plastic arts training at the San Carlos Academy, he was a student of the Spanish painter José Bardasano. He continued his studies with scholarships in Paris and Rome, then lived for twenty years in Holland.
His return to Mexico, gives Filcer a hard-earned place as an expressionist artist (or post-expressionist according to some critics).
He has participated in more than 300 exhibitions in addition to honorably representing Mexico in three international biennials (Santiago de Chile; Tokyo, Japan, and Brighton, England). His work was part of the exhibition of 20 contemporary expressionists at the Grand Palais in Paris, France.
Based on a masterful handling of color, Luis Filcer’s plastic proposal travels with a refined rhythm emerging from the shadows in each canvas. The incidence of light is exploited to all its possibilities and, precisely in this way, creates the atmosphere that frames anthropomorphic figures, which could be seen as the central image, but which depend intimately on the space not described beyond light.
For each theme Filcer occupies a color in its entirety that gives the image an emotional character, as is clear in his painting “The Prisoner”, a work resolved in blue, regarding the coldness of the cell and the blues of that self behind the grille. In this sense, the contents shown by the artist are fully integrated from the name of the work to the color and its obscurities. There is thus in Filcer’s work a systematic correspondence between color and emotion. To each of his works corresponds not only a social reflection, but also and to a greater extent a reflection in the sense of the emotions experienced by the actor in his context and the observer, who is moved daily by the images that the world brings us to confront us with the person we are.
In large format canvases, triptychs and diptychs, he shows a firm brushstroke that ends in the gestural intentionality of his characters, given with various resources such as final brushstrokes, textures, expressive features defined with plaster, sgraffito that embody the depth of the character and more than being that of an element of the expressionist technique are the sincere sample of the search for an interior of the character, recreated by the artist and his tear in the emotionality of the image itself of the viewer.
A strong brushstroke that discreetly accentuates the general proposal of the work, textures that mark the multiplicity of sensations and planes in which the daily images are seen and that in this sense lose their normality to become a detail that incites inner reflection, and sgraffito that perhaps are not only technically but textually Filcer’s greatest achievement in the sense of finding in the other, whether the central character or not, a depth revealed by colliding with the foreign eye that gives it a value and a unique and deeply intimate sense.
The artist defines all the details with a subtle and definitive balance because in “Waiting for God”, it is evident how the dark foreground, the heavy black, is balanced with details on the light, in his general work we can see how he modulates and places the space obscuring a gesture in contrast with the bright premise of the form. As if darkness endowed light with its ostensible details.
The expressionist (or post-expressionist) retains the need to touch with his themes the destructive incidence of the present, somehow we still live in a war, which takes us out of the house to confront the enemy: whether in the subway, the church, the prison or the mirror, for which we are still unprepared, so that the theme remains, the fierce humanity, for whether in “Aquelarre” or in “The Grand Inquisitor” we encounter features that in themselves are fatality that in their presumed concealment becomes even more apparent.
Revealing itself through everyday life is the masterfulness of this collection. There is a clear demand to the reality made metaphor with the light, when what prevails is the shadow, it is necessary to define the luminous space to make a little truth.
Filcer brings light out of the shadows as a stubborn search not to run away from the pain that is already manifest and blurred. What seems unclear continues to confront us in spite of how shadowed the other is in our daily lives.
Facing a collection of Filcer, is to stand in the theater of masks, a stage that is the daily loneliness of the human being, characters behind disguises that are a grimace that pretends to hide the undeniable inner world. To put it in one way, to attend one of his exhibitions implies exposing oneself with his masks and demons, with his actuality and his permanent “Waiting for God”.
Nace en 1929 en Ucrania.
Luis Filcer emigra a México a los pocos meses de vida. Inicia su formación plástica en la Academia de San Carlos, fue alumno del pintor español José Bardasano. Continúa sus estudios becados en París y Roma, luego vivió durante veinte años en Holanda.
Su regreso a México, dota a Filcer de un lugar ganado a pulso como artista expresionista (o post-expresionista según algunos críticos).
Ha participado en más de 300 exposiciones además de representar honrosamente a México en tres bienales internacionales (Santiago de Chile; Tokio, Japón, y Brighton, Inglaterra). Su obra formó parte de la muestra de 20 expresionistas contemporáneos en el Grand Palais de París, Francia.
Fincada en un magistral manejo del color, la propuesta plástica de Luis Filcer, viaja con un afinado ritmo emergiendo de la sombra en cada lienzo. La incidencia luminaria se ve explotada a todas sus posibilidades y, precisamente así, crea la atmósfera que enmarca figuras antropomorfas, que podrían ser vistas como la imagen central, pero que dependen íntimamente del espacio no descrito allende de luz.
Para cada temática Filcer ocupa un color en toda su extensión que dota a la imagen de un carácter emotivo, como es claro en su cuadro “El prisionero”, obra resuelta en azul, a propósito de frialdad de la celda y los blues de ese yo tras la reja. En este sentido los contenidos mostrados por el artista son integrados completamente desde el nombre de la obra hasta el color y sus obscuridades. Hay pues en la obra de Filcer una correspondencia sistemática entre color y emoción. A cada una de sus obras les corresponde no solo una reflexión de corte social, si no también y en mayor medida una reflexión en el sentido de las emociones que experimenta el actor en su contexto y el observador, quien es conmovido cotidianamente por las imágenes que el mundo nos trae para confrontarnos con la persona que somos.
En lienzos de gran formato, trípticos y dípticos, muestra una pincelada firme que termina en la intencionalidad gestual de sus personajes, dada con variados recursos como lo son pinceladas finales, texturas, rasgos expresivos definidos con plastas, esgrafiados que encarnan la profundidad del personaje y más que ser la de un elemento de la técnica expresionista son la sincera muestra de la búsqueda de un interior del personaje, recreado por el artista y su rasgar en la emotividad de la imagen misma del espectador.
Una pincelada fuerte que acentúa muy discretamente la propuesta general de la obra, texturas que marcan la multiplicidad de sensaciones y planos en los que son vistas las imágenes cotidianas y que en este sentido pierden su normalidad para convertirse en un detalle que incita a la reflexión interior, y esgrafiados que tal vez sean no solo técnicamente si no textualmente el mayor logro de Filcer en el sentido de el encontrar en el otro sea el personaje central o no una profundidad develada al chocar con el ojo ajeno que le dota de un valor y un sentido único y profundamente íntimo.
El artista define todos los detalles con un equilibrio sutil y definitivo pues en, “Esperando a Dios”, es patente como el primer plano oscurecido, el pesado negro, es equilibrado con detalles sobre la luz, en su obra general podemos ver como modula y emplaza el espacio obscureciendo un gesto en contraposición con la premisa bruna de la forma. Como si la oscuridad dotara a luz de sus detalles ostensibles.
El expresionista (o post-expresionista) conserva la necesidad de tocar con sus temas la incidencia destructora de la actualidad, de alguna manera vivimos aún en una guerra, que nos saca de casa para enfrentarnos con el enemigo: ya sea en el metro, la iglesia, la prisión o el espejo, para lo cual seguimos sin estar preparados, de modo que el tema sigue siendo, la fiera humanidad, pues ya sea en “Aquelarre” o en “El Gran Inquisidor” nos encontramos con rasgos que en sí mismos son la fatalidad que en su presunto ocultamiento se hace aún más patente.
Revelarse a si mismo a través de las cotidianidades es la magistralidad de esta colección. Hay una clara demanda a la realidad hecha metáfora con la luz, cuando lo que prevalece es la sombra hay que definir el espacio lumínico para hacer un poco de verdad.
Filcer saca luz entre las sombras como una obstinada búsqueda de no huirle al dolor que está ya manifiesto y difuminado. Lo que parece poco claro sigue confrontándonos a pesar de lo ensombrecido que esta el otro en nuestro día a día.
Enfrentarse a una colección de Filcer, es plantarse en el teatro de las máscaras, escenario que es la cotidiana soledad del ser humano, personajes metidos tras disfraces que son una mueca que pretende ocultar el inocultable mundo interno. Por ponerlo de una manera, asistir a una de sus exposiciones implica exponerse a sí mismo con sus máscaras y demonios, con su actualidad y con su permanente “Esperar a Dios”.
Hay que mirar como van tomados de la mano estos conceptos y estos lienzos. Y de verdad hay que mirar cuando el autor lo presenta con tan profunda discreción, pero una vez visto no hay quien detenga la fiereza de la propuesta del mismo modo como se puede evitar la fiereza de la vida misma.
Filcer es alumno destacado de la vida, mostrando en su lienzo el aprendizaje de lo cotidiano, el manejo lumínico de Rembrandt y el encarnizamiento en la entrañable denuncia de Goya.